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El segundo montuno

El sonido de la media se deslizaba con lentitud por toda la habitación, con la pausa que permite saborear ese instante de íntimo sosiego. La seda abrazaba el muslo, aún firme, a pesar del tiempo que inexorable, va surcando la piel sin el menor remordimiento, trazando los dibujos que el calendario dicta, delineando el transcurso de la vida, proyectando sobre el lienzo que nuestro cuerpo alberga, cada episodio del camino transcurrido.

—Cuánto tiempo sin usarlas, tengo miedo de que la falta de práctica termine arruinando este par que guardaba desde…— Paloma esbozaba una sonrisa que se reflejaba en el gran espejo que forraba cada puerta del viejo armario de caoba. Recordando…

Su mirada alcanzó el portarretratos que mostraba la vieja fotografía de bodas.

—¿Te acuerdas?— exclamó con un suspiro, dirigiéndose a la imagen con su esposo a la salida de la iglesia— El miedo a lo desconocido cuando caminábamos hacia las escaleras de salida del templo y el arroz precipitándose sobre nosotros, no me impidió escuchar una notas a lo lejos. ¿Te acuerdas?

¿Qué te vas a acordar tú?

Sonaba el danzón Salvaje. ¡Exacto! ése que bailamos años más tarde en nuestra primera presentación. Te equivocabas tantas veces… y yo me molestaba contigo y tú ponías cara de circunspecto y apretabas mi mano con ganas de lastimarme, pero sin hacerlo. Y yo te dejaba de hablar durante unas horas.

¡Ay esos remates de la primera y segunda melodía!

Eso te irritaba tanto— dijo riendo a carcajadas.

—Como el año que bailamos El mago de las teclas y te hacías un lío y perdías el paso al final del solo de piano, en el montuno. No había forma de que te acordaras. Y claro, en el escenario te volviste a equivocar y a mí me dio el ataque de risa cuando soltaste la grosería de costumbre…— Paloma acabó de acomodarse las medias y se detuvo ante el vestido que se iba a poner.

—¿Y este vestido? Seguro que olvidaste cuando fuimos a comprarlo para el baile de gala en Veracruz, no ha pasado tanto tiempo… aunque parezca un siglo. Qué feliz me sentía bailando Habana Veracruz, hasta que el saxofonista que tenía que interpretar el solo de ocho compases, lo hizo de dieciséis y todo el grupo se perdió; unos se detuvieron mirando hacia la orquesta, otros se fueron corriendo en medio de un caos sin precedentes y tú me miraste sonriendo, me dijiste; esta vez no es mi culpa, mientras me guiñabas un ojo y sonreías con picardía, continuamos bailando en mitad del escenario como dos novios en el vals de su boda; emocionados, felices, sin importarnos todo el desorden que se había generado alrededor.

Nos aplaudieron con fuerza y yo me sentí afortunada de ser tu compañera de vida y de baile—.

Paloma se vistió con calma, sintiendo cada roce de la tela, la evocación de tantos recuerdos repartidos en los hilos de aquel vestuario, la remembranza de unos momentos que se fueron como el agua entre los dedos. De nuevo su mirada se fue a la fotografía y negó con la cabeza asomando una dulce sonrisa en sus labios. Se acercó hacia el mueble zapatero y escogió las zapatillas que se pondría esa tarde. Mirándolas con ternura se sentó en la cama de nuevo.

—De éstas sí que no te acuerdas, las estrené cuando nos invitaron al “challenge” que organizaron en Puebla. Aprenderse toda una coreografía para el danzón Juan va p’a la guerra en cuatro horas. Ese sí que fue todo un reto, tú pensabas que no serías capaz y quisite huir a los quince minutos del ensayo. Recuerdo las caras de todos los que participábamos, la ilusión de unos niños que estaban delante de un desafío, con el convencimiento de superarlo… menos tú, claro, con tu cara de jugo de toronja y un vámonos, qué hacemos en medio de todo esto.— Paloma lanzó una carcajada al aire

—Y con todos los errores en cada una de las veces que lo ensayamos y con el temblor de una hoja al viento de mis manos cuando nos dirigíamos a la pista de baile para la presentación. No sé por qué extraña circunstancia, tú estabas tranquilo, como sedado y juro que no te vi tomar ningún caballito de tequila antes de eso. Sonaron fuertes las trompetas en el estribillo y me llevaste en cada paso, en cada figura, en cada desplazamiento de la coreografía, como si tú mismo la hubieras creado. Ni un error, todo con sutileza, era inimagibable cuando te querías ir corriendo del ensayo y a la hora de la verdad, tú y yo, el danzón y las miradas y los aplausos al final—.

Paloma deslizó las zapatillas de baile en la bolsa de tela rosada y abrió el cajón donde guardaba todos los abanicos que poseía, todos los que había utilizado, bien ordenados, los más antiguos al fondo desde la derecha a la izquierda, algunos rotos por el paso del tiempo y el inevitable aleteo que gasta las piezas. Los más nuevos, adelante en sus fundas que embellecen y protegen.

—Cada viaje a España me comprabas uno o dos, casi siempre en las tiendas del casco histórico de las ciudades que visitábamos. Yo me sentía muy importante cuando les presumía a mis amigas del nuevo abanico que habíamos adquirido en Madrid o en Sevilla o en Tarragona. Siempre había alguna que se molestaba y sentía que entornaba los ojos cuando les mostraba. Mira, ahí está el abanico roto que pateaste cuando se me cayó en la presentación cuando bailamos De canela y huevo, se me escapó en mitad del montuno, cuando íbamos a formar el círculo con todos los compañeros de baile. Sonaban los instrumentos de viento: pa pa paaa, pa pa paaa… y ¡ay! que se me cae el abanico ¿y tú? que le das una patada y lo mandas al patio de butacas sobre la cabeza de aquella señora que se acordó de nuestras familias. Todos reímos cuando nos acordábamos de eso—.

Paloma escogió el abanico que se llevaría esa tarde, lo depositó dentro del bolso y salió de casa. No pudo evitar mirar hacia adentro, dejando escapar un leve suspiro antes de cerrar la puerta. Al atravesar el marco del portal de la calle, observó hacia un lado y hacia el otro y se introdujo en la parte trasera del taxi que le estaba esperando. El chofer cerró la puerta y arrancó el vehículo en dirección del Salón Los Ángeles.

—Te fuiste en el remate y ahora la orquesta danzonera de la vida me regala el segundo montuno, aunque tú ya no estás para llevarme entre tus brazos, para regalarme tus errores, para arrancarme una carcajada con tus reacciones de niño travieso. Sin embargo, voy a cumplir lo que me hiciste prometer. Seguiré bailando mientras pueda, seguiré respirando profundamente cada latido de mi vida. Y sonreiré con tu recuerdo en cada paso de danzón que mis pies me regalen—

El taxi se detuvo delante de la puerta del salón, Paloma descendió con elegancia y traspasó el acceso entre sonrisas, bienvenidas y cariños de los danzoneros que la esperaban.

En homenaje a los cónyuges, padres, amigos, compañeros, que se nos llevó la pandemia y que ya no podrán llenar los espacios de nuestros danzones. A quienes les sobrevivieron y que descienden con elegancia del vehículo que les lleva a atravesar cada compás de cada danzón que interpretan en la pista. A todo el mundo danzonero. A la vida.

Ángel Descalzo Fontbona, agosto 2023.

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