TAHÚRES DE BATA BLANCA (microrrelato)

El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda. No importaba, al fin y al cabo en el hospital de campaña, los tahúres tuvimos que dejar abandonado nuestro manual de estilo junto a su mano derecha sobre la cárdena arena de Omaha Beach.

Ligábamos los juegos, gracias a una colección de cromos de las más hermosas Pin-ups.

En Las Vegas nunca conocerán el placer de ganar una partida, con un póker de Betty Grables.

 betty grable

FOROS, DANZONES Y PUERTOS.

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Una extraña sensación de vacío me inundó, mientras la camioneta enfilaba la carretera en dirección a Xalapa, la que nos llevaría de vuelta a la Puebla de los Ángeles.

Atrás quedaron tres inigualables días; de Fórum, de Danzón y de Puerto, en los que tuve la oportunidad de asistir a un derroche de sabor, de elegancia y de belleza.

EL SABOR DEL FORO.foro-romano

Para los antiguos romanos el forum, era la plaza en donde se trataban los negocios públicos y donde el pretor celebraba los juicios. Al entrar en el gran espacio que ofrecían los Salones Ulúa del World Trade Center de Boca del Río, tuve la sensación de acceder al mismísimo foro de la Roma imperial, o de mi añorada cuna, la Tárraco Scipionum Opus. El ordenado bullicio que recorría el piso del salón, no tenía nada que envidiar al que, dos mil años atrás se desarrollaba en las urbis a orillas del Mare Nostrum. Abrazos, besos y sonrisas, se mezclaban con naturalidad a ritmo de once tiempos, con las conversaciones que se exponían, de palabra en las mesas y de movimiento en la pista.

El negocio que se trataba en este foro, no tuvo discusión, ni regateo, las manos se estrechaban fundidas, sabedoras que el fin común que se buscaba era la felicidad, el goce, el dejar que la noche acogiera con su manto a todos los presentes y nos transportara a un lugar en el que espacio y tiempo tomaron su asueto.

El pretor que dirigía el foro, esta vez cambió la toga de juez, por el smoking de anfitrión, casi dos metros de amable sonrisa que a nadie le fue negada, siempre tuvo tiempo de detenerse para regalar su cordial presencia a patricios y plebeyos.

El domingo el foro cambió su ubicación, reventó su techo para dar entrada, primero al sol y más tarde a las estrellas, en el zócalo de Boca del Río. El aroma a perfume y charol de las noches anteriores, se transformó en fragancia a flores y a sal. El baile se trocó húmedo, mostrando nuevos matices que enriquecen el universo danzonero. Ese aroma a sal húmeda, se fue convirtiendo en sabor, hasta colmar las papilas de los danzantes, hasta henchir mi sentido y es ese el recuerdo que caló más profundamente dentro de mí. El foro me supo a sal húmeda, el sabor del Fórum tiene la esencia del mar.

LA ELEGANCIA DEL DANZÓNDANZON VERACRUZ

Mucho se ha hablado y escrito sobre la elegancia, y no voy a ser yo quien siente cátedra sobre este asunto, entre otras cosas porque no tengo ni los conocimientos, ni el caché suficiente, para meterme en estos berenjenales. Sin embargo hay algo en lo que siempre he creído. Si bien la elegancia es subjetiva, hay una serie de valores que nos hacen apreciar, la distinción, el garbo, el atractivo en lo que se nos presenta delante y, a mi modo de ver, el danzón reúne cada uno de esos calificativos.

En Boca del Río, tuve la oportunidad de disfrutar las diferentes maneras de crear la elegancia a ritmo de danzonera. Los movimientos de las parejas evolucionando por la pista, la particular danza de los abanicos, el matemático respeto a los compases, formaban un atmósfera redonda, en la que lo vulgar quedó al margen, lo prosaico no tuvo cabida en ese espacio, sólo participaron las diferentes elegancias, las que crearon las jóvenes jarochas, con los maduros tapatíos, las que compusieron los maestros oaxaqueños y los alumnos norteños, las que disfrutaron todos los venidos de cada rincón de la república, y hasta incluso las que intentamos plasmar los que llegamos allende los mares.

Algo aprendí en esos días de danzón en Veracruz, que quedará grabado a fuego en mi memoria: la elegancia no es patrimonio de nadie, pero el danzón es patrimonio de la elegancia.

LA BELLEZA DEL PUERTOpuerto veracruz

Qué voy a decir yo de un puerto, que nací en uno. Amo los puertos, los colores, los sabores, los olores, hasta sus hedores, forman parte de mi vida. Veracruz es mi válvula de escape. Para un costeño como yo, no es siempre fácil vivir a dos mil metros de altitud, por eso cuando en este viaje llegaba a Veracruz, se activaron en mí una serie de resortes que se mantienen agazapados en el altiplano. Mi corazón empieza a bullir al sentir los primeros olores a sal yodada y vuelvo a ser el niño que jugaba entre estibas y sogas de amarre.

Así fue como lo sentí ese fin de semana, y es que Veracruz me regala esas sensaciones, como la de sentirme en un mundo cosmopolita, donde no se pregunta por el color del pasaporte. El danzón tiene esa misma propiedad, y así lo pude corroborar en Boca del Río, nadie se siente extranjero en el universo danzonero. El danzón es cosmopolita, porque nació cerca del mar, porque nació mestizo. Por eso bailar danzón en Veracruz, y que me perdonen los del interior, aporta ese plus a la danza que regala la orilla del mar, que regala en fin, la propia belleza de la costa jarocha.

Una extraña sensación de vacío me inundó, mientras la camioneta enfilaba la carretera en dirección a Xalapa, la que nos llevaría de vuelta a la Puebla de los Ángeles.

Atrás quedaron tres inigualables días; de Fórum, de Danzón y de Puerto, en los que tuve la oportunidad de asistir a un derroche de sabor, de elegancia y de belleza.

Ángel Descalzo, 14 de mayo de 2013.

LA HIJA DE JUAN SIMÓN

(Pidiendo permiso a Don Antonio Molina)

antonio molina

El cementerio de mi pueblo tiene dos caras que no se conocen, y no es porque estén enemistadas, o es que no tengan ganas de tratarse, no. Simplemente es que el cementerio de mi pueblo, es como muchas personas; tiene una cara amable, limpia, iluminada y llena de fragancias. La otra es triste, descuidada, gris, hedionda y umbría.

Están separadas por un muro, que al igual que los cipreses que rodean todo el camposanto, pareciera treparse hasta el mismísimo cielo, pero con diferentes categorías, como en el tren. La pared que mira al norte, desconchada, plagada de musgo y rotulada con gritos de desesperación. La del sur, blanca encalada que duele en los ojos cuando en los mediodías, los rayos del sol, se dejan caer sabedores de su brinco hacia todos los rincones, cargados de una renovada energía.

El cementerio de mi pueblo, sólo tiene un enterrador, que atiende por obligación el sur y desatiende por precepto el norte. A pesar de eso Juan Simón, en horas libres, siempre procuró regalar unas gotas de su sudor a los suyos, a los que mueren hambrientos de esperanza.

Esta tarde Juan Simón entró por la puerta del norte, empujando con dificultad el carro que llevaba acostada la razón de las lágrimas que derramaban sus ojos. La hija de Juan Simón se fue pidiendo perdón con su mirada, se fue porque no pudo, se fue porque no hubo, se fue porque nació tras la puerta del norte y a las enfermedades, en mi pueblo, se les enseña la salida con unas monedas.

El enterrador cantaba con lamentos de seguidilla, con cada golpe de pala que clavaba en la tierra pedregosa, no permitió que nadie le ayudara, no permitió que nadie le acompañara, en soledad realizaría su labor esa tarde, y así fue, pero antes de depositar su dolor en el hueco de la tierra, cortó un mechón del negro cabello de su hija y lo guardó entre tiritones en su pañuelo.

Cuando la última palada de tierra culminó la sepultura que jamás quiso cavar, su cabeza apuntó al cielo, con las mandíbulas apretadas y temblorosos puños cerrados.

Juan Simón no se fue a casa, rodeó la tapia del cementerio hasta la puerta sur, esta vez no pidió permiso a las santas ánimas para entrar, ni se persignó delante del gran crucifijo de piedra que preside el panteón. Se dirigió hacia el olivo que se eleva en mitad de la plaza central del cementerio, donde él se sentaba junto al sudoroso botijo a liarse un cigarrillo de picadura. Allí cavó lo suficiente para entregar su pañuelo, para dejar depositado para siempre su doloroso grito de desesperanza.

El cementerio de mi pueblo tiene dos caras que no se conocen. El cementerio de mi pueblo, tiene ahora un solo ángel, para sus dos almas.

Ángel Descalzo, 7 de mayo de 2013