HISTORIAS DE ESCENARIOS

(Victoria y la terapia del aplauso)

Cinco segundos antes de dar el primer paso sobre el escenario, Victoria respiró hondo, como si esa inhalación fuera la última de una vida que iba a dejar atrás, arrinconada entre los bastidores de ese teatro. Recordaba con una solitaria lágrima, que se precipitaba en su mejilla, lo que esa misma mañana vivió en su habitación, cuando pudorosa y en silencio sentía la seda de las medias resbalando con suavidad alrededor de sus muslos; todavía blancos, todavía tersos, siempre delicados. Ya no recordaba la última vez en que se preparó para ir a un escenario, quizás doce años, parecía una eternidad, tragó saliva y posó la mirada irremediablemente sobre la fotografía de su boda, que tantos años había presidido el tocador de su habitación.

El marco de plata me lo compraste en nuestra luna de miel, pensó, mientras se levantaba para acercarse a la instantánea y acariciar levemente las filigranas plateadas con la yema de los dedos.

Permaneció de pie, inmóvil, con la vista clavada en el portarretratos. La memoria estaba caminando por senderos empinados y en su rostro ya se reflejaba la acritud por lo que no quería ser revivido.

—¡Hijo de puta! —

El cristal del marco se desparramó en incontables pedazos, salpicando el suelo de la habitación, como una estrellada noche de verano. Victoria mantuvo durante unos minutos los labios fruncidos y temblorosos, negándose a derramar una lágrima más, prohibiéndose reproches que no se merecía y que la habían acompañado de la mano durante demasiado tiempo.

Recogió con tiento los restos del arrebato, deteniéndose a cada instante como si sintiera una voz que le susurraba por la espalda, negó con la cabeza cuando abría el cubo de la basura, se detuvo de nuevo e inspiró profundamente para negar por segunda y última vez, observando como el retrato y el plateado marco desaparecían mientras se cerraba la tapa…

Oyó la voz del presentador que se recreó en cada sílaba: “Tengo el honor de presentar de nuevo en este escenario…”

Victoria avanzó con elegancia hasta el centro, clavó su mirada en las luces que bañaban el espacio y un mundo renació para ella.

Su sonrisa recuperó una boca olvidada cuando los aplausos inundaron por completo el teatro.

Ángel Descalzo Fontbona — marzo 2019

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LA GENEROSIDAD DEL EGOÍSTA

FOTO ANDRES SUPERLUNACuando Andrés deslizó su dedo índice en el disparador, la realidad se detuvo para obsequiarle un instante.

—Te regalo la magia del ahora y sólo ahora—le susurró una voz justo en el momento de la toma.

Andrés no respiraba para que nada alterara el cuadro que nadie más que él iba a poseer. ¿Nadie más que él?

Sí, pero no.

En el fondo la fotografía es la generosidad del egoísta…

—Este instante es mío— se oía Andrés gritar a sí mismo—todo el mundo lo verá.

La generosidad del egoísta.

Ahí estaba una Luna voluptuosa asomada impúdica entre los campanarios enmudecidos. Y el dedo índice continuaba en su desliz de un instante regalado, egoísta y generoso.

La luz se confinó con irremediable benevolencia en la cámara de un Andrés seguro del regalo que estaba aceptando con generoso egoísmo.

Después, todo de nuevo en su funda, la Luna voluptuosa esta noche de primavera recién nacida, en su paso hacia el horizonte y Andrés sonriente camina, con el tesoro de un instante guardado en su bolsa, hasta que su egoísmo generoso lo revele, lo entregue, lo comparta. Y yo como todos lo suspire, lo sueñe, lo anhele…

 

Ángel Descalzo Fontbona – marzo 2019