Nos lamentamos, hipócritas, de no haberlo visto venir, de no haber gritado cuando la locomotora asomaba desde el túnel que moría en el paso a nivel, de no haber derramado una sola lágrima sobre el charco de vino que se emulsionaba con la mala sangre, de haber corrido a casa para ser el primero en dar la noticia, de sentarnos en las literas y soplar mientras nos mirábamos.
Esa noche, mamá no tembló al servir la sopa…