Anoche el maestro se despidió de mí, con una de sus frases lapidarias que me tuvo pensativo buena parte de la madrugada: –si quieres otear el horizonte con claridad, no te rasques la nuca.–
Al llegar a mi casa, pude rescatar de entre el polvo que protege del óxido y la carcoma la estantería dónde guardo mi música y mi cine, una película de 1952 El hombre tranquilo (The quiet man), dirigida por John Ford.
En ella, John Wayne interpreta a Sean Thornton, un antiguo boxeador que decide retirarse, después de que durante un combate, su rival pierde la vida por los golpes recibidos. Intentando huir de ese recuerdo, Thornton regresa a Innisfree su pueblo natal en Irlanda, de donde emigrara en su niñez hacia los Estados Unidos. La imagen idílica que tenía de su cuna, se resquebraja nada más llegar, al darse cuenta de que las costumbres de sus habitantes, nada tienen que ver con las adquiridas en América.
Para poder conseguir sus objetivos, deberá recurrir a su fantasma del pasado, el boxeo, para defender su amor y su honor. Consigan la película y disfruten del buen cine.
Las dudas actuales, que nos producen nuestros errores del pasado, se convierten en un incómodo lastre, si no somos capaces de darles la vuelta y ponerlas de nuestra parte.
Recuerdo a mi amigo Eleuterio, cuando se tatuó en su muñeca derecha, el nombre de su amada; NATI. Todos estábamos de acuerdo, en que aquella decisión de grabarse en la piel el nombre de su amor, era un traspiés producto de la pasión juvenil, y que tarde o temprano acabaría arrepintiéndose. El tiempo nos dio la razón, en parte, Eleuterio descubrió a su Nati, entregada con pasión y poca ropa, a los brazos de su profesor de Náhuatl.
Eleuterio tras unos días de dramático sentimiento de traición, en el que llegó a barajar la posibilidad de amputarse medio brazo, afortunadamente, y gracias a la enésima borrachera que debimos compartir esa semana, mientras aliviábamos la presión en nuestras vejigas, en el mingitorio de la cantina, viéndose el tatuaje mientras sujetaba su miembro, nos obsequió a los presentes con una sonora carcajada, precedida de un no menos atronador eructo, tenía la solución a su problema.
Lejos de padecer el error toda su vida, desembarazándose de su ultrajada muñeca por la labor quirúrgica del bisturí, le dio la vuelta al inconveniente, nos dirigimos al Tattoo Center y ordenó que dibujaran un Sol al final de la palabra TONATIUH (Sol en la lengua de los aztecas).
Eleuterio tomó la decisión de Sean Thornton.
Los errores no dejan de ser eso, errores, mientras nos lamentamos de ellos, permitiendo que condicionen nuestras decisiones posteriores, el secreto es darles la vuelta y convertirlos en nuestros aliados, para no tener que rascarnos la nuca mientras oteamos el horizonte de nuestro futuro.
Para eso, como hizo mi amigo Eleuterio, como espero hacer yo y como alguno de mis queridos lectores deberá hacer, lo más saludable será tomar la decisión de Sean Thornton.
Ángel Descalzo, 28 de marzo de 2013
A seguir a Sean Thorton entonces y a continuar escribiendo cosas como esta. Repito que nos lo debes. Y otro abrazo.
…y si es posible a disfrutar de nuevo con una gran película. Otro abrazo para ti, Fidel.